Yo siempre tenía una lima de uñas
en el coche. En cada atasco, en cada semáforo rojo, me arreglaba un dedo. Nunca
perdía el tiempo, era muy activa y terminaba mis tareas antes que nadie . Hoy
todo aquello acabó. Y aunque bastante duro es resignarse a los achaques de la
edad, a mí lo que más me duele es la pérdida de aquel dinamismo. Se me queda
corto el día para hacer todo lo que me propongo. Mi vida ya no va a dar de sí
tanto como para permitirme leer todos los libros que aguardan en el estante,
para aprender otro idioma ni para limpiar los esqueletos del armario. Y son
tantas las cosas que me andan por la cabeza que hasta los más delicados aromas
pueden despertar el recuerdo de amargos desengaños.
Probablemente, si las lilas son
tan apreciadas ello se debe a que su fastuosa inflorescencia es efímera; apenas
nuestro espíritu, harto de invierno, ha podido alegrarse con las perfumadas
umbelas
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