De Mi hermana y yo de Nietzsche, p. 61
¡La soledad de un útero desierto!
Una vez vi una fotografía de una calle de una ciudad americana que tomó
impulso, durante la fiebre del oro en el oeste de los Estados Unidos, y fue
completamente abandonada en cuanto las posibilidades mineras del terreno se
extinguieron. La fotografía que vi debe haber sido tomada algunos años después
que el último de los habitantes de esos lugares hubo desaparecido. La maraña
silvestre invadió todos los senderos que conducían a ella y hacia afuera, y alcanzó
las casas más elevadas y el más alto de sus tejados. Ninguna ventana quedó
entera ni derecha, ninguna puerta afirmada en sus bisagras, ni una sola viga se
dejó con el orgullo con que se supone que debe sostener una casa. Ni aun esas
ruinas daban una imagen de soledad comparable a la de una vagina desierta,
respecto a la cual la gente en esta maligna casa todavía retuerce y revuelve
sus miserables entrañas.
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