De El día que Nietzsche lloró de Irvin D. Yalom. p. 287
NOTAS DEL DOCTOR BREUER
Observar una relación no es fácil
cuando uno mismo forma parte de ella. Aun así, noto varias tendencias destacables.
Yo tenía una actitud crítica
hacia Nietzsche, pero ya no la tengo. Por el contrario, ahora atesoro cada
palabra que dice y, día tras día, me convenzo más de que puede ayudarme.
Antes pensaba que era yo quien
podía ayudarlo a él. Ahora ya no lo creo. Tengo poco que ofrecerle. Es él quien
lo tiene todo para ofrecérmelo a mí. Antes competía con él e ideaba trampas de
ajedrez para él Ahora ya no lo hago. Su perspicacia es extraordinaria. Su
intelecto alcanza alturas insospechadas. Lo miro como un polluelo mira a un
halcón. ¿Lo reverencio demasiado? ¿Quiero que se eleve sobre mí? Quizás por eso
no quiero oírle hablar. Quizá lo que no quiero es conocer su dolor, su falibilidad. Antes pensaba en idear formas
de «manejarlo». ¡Pero ya no es así! A menudo siento arrebatos de cariño hacia
él Eso es un cambio. Con frecuencia comparo nuestra situación con la de Robert
amaestrando a un gatito: «Apártate, déjale beber la leche. Más adelante podrás
tocarlo». Hoy, a mitad de nuestra charla, otra imagen fugaz ha pasado por mi mente:
dos gatitos atigrados, con las cabezas juntas, bebiendo leche del mismo cuenco.
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