-¿Y a qué me dijo que venían a
Nápoles?
-Una investigación. Soy
periodista y tenía que llevar a cabo una investigación.
-¿Y su amigo?
-Él sólo vino a traerme.
-Sólo a traerle.
-Sí, luego seguiría su viaje.
-¿Hacia dónde?
-No lo sé.
-No lo sabe.
-No. Creo que él tampoco. Había
hablado de Estambul. Quizá dijo algo acerca del canal de Suez, no lo recuerdo
muy bien.
-Pero nada de desaparecer.
-Nada de desaparecer.
-Y nada que hiciera intuir que
sus intenciones eran esas.
-Nada.
El hombre se me quedó mirando
como si le acabara de contar una mentira y él lo supiera y supiera también que
yo lo sabía, una mirada un tanto paternalista, como de director de escuela a la
espera de que el alumno confiese la travesura no demasiado grave ni demasiado
meditada que acaba de cometer. Desvió la vista hacia unos papeles que tenía
sobre el escritorio, luego volvió a centrarse en mí.
-Y ¿qué es lo que venía usted a
investigar?
Parecerá absurdo, pero hasta ese
momento no había caído yo en la cuenta de la evidente relación que había entre
ambas cosas, la desaparición del gringo Ross y la que yo mismo andaba
persiguiendo.
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