De Si viviéramos en un país normal de Juan Pablo Villalobos, p. 62-63
En Estados Unidos no había
basura, todo estaba reluciente, igualito que en la televisión. La gente no era
puerca, no tiraba la basura en la calle, todos la depositaban en su lugar, en unos
botes de colores que servían para clasificar los desechos. El bote para las
cáscaras de plátano. El bote para las latas de refresco de color rojo. El bote
para los huesos de pollo del Kentucky Fried Chicken. El bote para el papel higiénico
embarrado de mierda. Unos botes gigantescos
para las cosas viejas y pasadas de moda que se habían convertido en una
vergüenza para sus ex propietarios. Era tan impresionante que incluso tú, que
nomás estabas de vacaciones, tampoco tirabas la basura a la calle.
Además, era imposible que te
enfermaras por comer en un restaurante, no era como aquí, que ibas a comer
tacos y te daban tacos de perro y el taquero se limpiaba el sobaco con la misma
mano con la que agarraba las tortillas. Había unos restaurantes donde pagabas
un refresco y luego te servías todas las veces que quisieras, era increíble, te
tomabas ochenta coca-colas por el precio de una. Y te regalaban unos sobrecitos
con catsup, con mayonesa, con salsa de barbacoa, unos sobrecitos que te podías
traer de recuerdo para regalárselos a tus amigos o a ese vecino pobre al que
tenías tantas ganas de humillar porque ni siquiera conocía León, el muy
zarrapastroso.
Pero había que hablar inglés, eso
sí, aunque hubiera un chingo de mexicanos, lo importante era hablar inglés,
para que supieran que estabas de vacaciones con ganas de gastar dinero, porque
los gringos bien que sabían diferenciar a los invasores de los turistas, veías
cómo les cambiaba la cara cuando tu papá sacaba la cartera repleta de dólares, porque
eso sí, allá no eran racistas, allá no importaba que estuvieras prietito, allá
nomás contaba la lana, si eras trabajador y habías ganado mucho dinero te
respetaban, por eso eran un país de verdad, no como aquí, donde todo el tiempo
todo el mundo estaba tratando de chingarte la existencia.
Foto de Juan Rulfo
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