De Los mutilados de Hermann Unger, p. 20-21
Desde el primer momento, la
presencia de Klara Porges le violentó. Su pelo despedía un olorcillo a jabón.
Se peinaba con raya en medio, como la tía. Además, incomprensiblemente, sin
poder remediarlo, cada vez que la miraba se la imaginaba desnuda. Ello le
producía una viva vergüenza y repulsión. Era la imagen de un cuerpo vagamente
negro. El realismo de esta fantasía aumentaba a medida que las formas de la
viuda se expandían y redondeaban. Desde muy joven, estas imágenes le
repugnaban. Polzer nunca hubiera tenido tratos con mujeres si Karl, que no
comprendía esta actitud, no le hubiera llevado consigo cuando iba a visitarlas,
obligándole a relacionarse con ellas. Muchas veces, al salir de la casa a la
que le había llevado Karl, Polzer tenía que vomitar. Ya de niño huía de las
mujeres. Evitaba a Milka porque le parecía que, bajo los movimientos de la
blusa, de la que no podía apartar la mirada, sus pechos cambiaban de forma
constantemente. Él no se atrevía a mirar los pechos de Milka. Desde que Karlle
dijo que a Milka la esperaban hombres en el bosque, él procuraba no rozarle la
mano cuando ella le pagaba. Las manos de Milka le horrorizaban. Milka, al ver
que él la rehuía, se le arrimaba, tratando de abrazarlo. Una vez se cruzó con
él en la escalera. Estaba oscuro. Él se apretaba contra el fondo de una
hornacina en la que colgaba un crucifijo de madera. No podía escapar. Ella se le acercó riendo, y
vio que tenía miedo. Le abrazó. Él no se movía. Ella le tiró de los botones del
pantalón. Polzer temblaba. Ella le asió el pene. Cuando salió el semen, Milka
se echó a reír y dio a Polzer un empujón que le hizo tambalearse.
Nada más ver la silueta de su tía
en la habitación iluminada, Franz Polzer comprendió que la desnudez de la mujer
era repelente. Ante la sombra de la tía y ante Frau Porges, le horrorizaba
pensar que aquel cuerpo no estaba cerrado. De que tenía un corte, una abertura
insondable. Como la carne desgarrada, como una herida. En las salas de
exposiciones, él nunca miraba cuadros o estatuas de mujeres desnudas. Esperaba
no tener que tocar nunca el cuerpo desnudo
de una mujer. Le parecía que en él había impureza y un olor repugnante. Él sólo
veía a Frau Porges de día y vestida. Sin embargo, le martirizaba la imagen de
su cuerpo desnudo y macizo.
Imagen de Egon Schiele
No hay comentarios:
Publicar un comentario