De Anatomía de un instamte de Javier Cercas, p.432
A medias fruto de una buena
conciencia tan pétrea como la de los golpistas del 23 de febrero, de una
nostalgia irreprimible de las claridades del autoritarismo y a veces del simple
desconocimiento de la historia reciente, ambos hechos corren el riesgo de
entregar el monopolio de la transición a la derecha -que ya se ha apresurado a
aceptarlo glorificando esa época hasta el ridículo, es decir mistificándola-,
mientras que la izquierda, cediendo al chantaje combinado de una juventud narcisista
y de una izquierda ultramontana, parece por momentos dispuesta a desentenderse
de ella como quien se desentiende de un legado enojoso.
Yo creo que es un error. Aunque
no tuviera la alegría del derrumbe instantáneo de un régimen de espantos, la
ruptura con el franquismo fue una ruptura genuina. Para conseguirla la
izquierda hizo muchas concesiones, pero hacer política consiste en hacer
concesiones, porque consiste en ceder en lo accesorio para no ceder en lo
esencial; la izquierda cedió en lo accesorio, pero los franquistas cedieron en
lo esencial, porque el franquismo desapareció y ellos tuvieron que renunciar al
poder absoluto que habían detentado durante casi medio siglo. Es cierto que no
se hizo del todo justicia, que no se restauró la legitimidad republicana
conculcada por el franquismo ni se juzgó a los responsables de la dictadura ni
se resarció a fondo y de inmediato a sus víctimas, pero también es cierro que a
cambio de ello se construyó una democracia que hubiese sido imposible construir
si el objetivo prioritario no hubiese sido fabricar el futuro sino -Fíat
iustitia et pereat mundus- enmendar el pasado
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