La señora Dalloway dijo que ella
misma se encargaría de comprar las flores.
Sí, ya que Lucy tendria trabajo más que suficiente. Habí que desmontar
las puertas; acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clarissa
Dalloway pensó: que mañana diáfana, cual regalada a unos niños en Ia playa. jQue
fiesta! jQue aventura! Siempre tuvo esta impresión cuando, con un leve gemido
de las bisagras, que ahora le parecía, abría de par en par el balcón, en
Bourton, y salía al aire libre. i Que fresco, que calma, más silencioso que
este, desde ruego, era el aire a primera
hora de la manaña ... ! como el golpe de una ola; como el beso de una ola;
fresco y penetrante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho años, que
eran los que entonces contaba) solemne, con la sensación que la embargaba, mientras
estaba en pie ante el balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punta de
ocurrir
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