El otoño fue dulce, templado, de una temperatura suave. Era una
verdadera delicia sentarse en los bancos del Luxemburgo durante aquellos días
tibios. El sol pálido iluminaba los macizos de geranios, dalias, crisantemos y
margaritas.
Algunos días, lluvias ligeras
refrescaban el follaje y avivaban el color de las flores: Los árboles amarilleaban
lentamente; el aire fresco murmuraba entre las ramas y robaba al pasar alguna
hoja grande y cobriza, hoja alegre y juguetona al correr por la avenida
enarenada ; triste y mustia luego, aplastada sobre el tronco de un árbol o
caída en e] agua inmóvil de un estanque.
Don Fausto Bengoa llevaba en su
nueva casa una vida cómoda y tranquila, propia de un filósofo. El paseo, la
conversación amena, el recogimiento del hogar. Nada le faltaba.
Había enviado definitivamente a
Madrid a Mudarra; sabía que la calle Plumet, tan buscada por él, tan importante
en Los miserables
No hay comentarios:
Publicar un comentario