De Todo lo que hay, de James Salter, p. 81
Edén
En la pequeña casa blanca de
Piermont, en compañía de su mujer y de Lean, Eddins llevaba la vida de un rey filósofo.
La casa seguía amueblada de forma muy austera. Había dos viejas sillas de enea
con cojines cerca del sofá y una raída alfombra oriental. Había libros, dos
mesillas de noche de bambú y una atmósfera de armonía. No les faltaba nada. En
la cocina, que también era el comedor, estaba la mesa donde Eddins solía
sentarse a leer con un cigarrillo humeante en una boquilla de ámbar y la grata sensación
de que la casa descansaba en cierto modo sobre sus hombros, mientras su mujer y
Lean dormían en el piso de arriba. El, como Atlas, la sostenía.
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