Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano
se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome,
hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para
convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la
madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las
cosas. Huí por las barrancas. Estoy en los bajíos del sur, entre plantas
acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la
cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. Creo que esa gente no vino
a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino; estoy desprovisto
de todo, confinado al lugar más escaso, menos habitable de la isla; a pantanos
que el mar suprime una vez por semana
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