De En cuerpo y en lo otro, de DFWallace, p.60-61
Ahora, sin
embargo, intenten recordar la última vez que vieron morir al «héroe» dentro del
marco narrativo de uno de esos dramas. Prácticamente ya no sucede nunca. Y es
que al parecer los profesionales del espectáculo han estado investigando: al
público le da mal rollo que se mueran aquellos con quienes se identifica, y
tiene menos tendencia a ver dramas en los que el peligro se vea conectado de
forma creativa con la muerte que se encuentra en la base de ese peligro. La
consecuencia natural es que los héroes dramáticos de hoy día suelen ser
«inmortales» dentro del marco que los convierte en héroes y en objetos de
identificación (los reproductores de vídeo
y la tecnología afín le confieren a esta ilusión una realidad magnética para el
público). Yo afirmo que el hecho de que se nos anime encarecidamente a identificarnos
con unos personajes para los que la muerte no es una posibilidad creativa significativa
presenta una serie de costes reales. Los que conformamos el público, y ustedes
como individuos al igual que yo como individuo, perdemos toda sensación de
escatología, y por ende de teleología, y vivimos en un momento que,
paradójicamente, se encuentra vacío de significado
o de fin intrínseco y al mismo tiempo es, de forma bastante literal, eterno. Si
somos los únicos animales que saben por adelantado que van a morir,
probablemente también seamos los únicos animales
dispuestos a someternos con mucho gusto a la negación continuada de esa verdad
innegable y tan importante. El peligro es que, a medida que las negaciones de
la verdad que lleva a cabo el entretenimiento se vuelven más eficaces y dominantes y seductoras, cada vez olvidaremos
más de qué son denegaciones. Y eso da miedo. Porque a mí me parece diáfano que,
si nos olvidamos de cómo morir, también nos olvidaremos de cómo vivir.
Y si creen
ustedes que los artistas literarios contemporáneos, de la estatura que sea,
están por encima de ignorar una realidad que a todos nos resulta desagradable,
piensen en cuántos proyectos narrativos serios americanos de la última década
han tratado la que está considerada la amenaza organizada más importante a
nuestras personas y a nuestra sociedad. Intenten nombrar, por ejemplo, dos. Tal
vez la verdadera pregunta sea: en los tiempos que corren, ¿cómo de seria permite
que sea la narrativa “seria” una gente que tiene derecho a ser entretenida?
Porque si yo he afirmado antes que los padres intelectuales de los escritores
NJ defendían una mezcla contradictoria de política de vanguardia y estética de
la vieja guardia, también estoy seguro de que la mayoría de nosotros cambiaría
con gusto esa mezcla por las nuevas contradicciones que han venido a
reemplazarla. El narrador competente de hoy día se encuentra con que es al mismo
tiempo un amante de la narrativa seria y un integrante melud1blemente
condicionado de una cultura dominada por lo pop en la que los valores sociales
de su propio proyecto están decayendo. La cosa en cuyo seno estamos -que nos
comprende- está matando lo que amamos.
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