De Una vida absolutamente maravillosa de E Vila-Matas, p.336-337
De niño, solía confundir los rinocerontes con
los hipopótamos, lo que sacaba de quicio a mi padre, que no se cansaba de decirme
que los rinocerontes eran más interesantes, aunque ya sólo fuera porque en el
siglo XVI habían tenido el honor de ser dibujados por Durero.
¿Quién era Durero? Este misterio
cruzó mi infancia y lo atravesó junto a otro enigma, no menos grande: la
extraña actitud de mi padre, cuya obstinación por lograr que distinguiera entre
rinocerontes e hipopótamos --como si eso fuera a ayudarme de forma fundamental
en la vida-le empujó en el invierno de 1961 a llevarme no sé cuantas veces a
ver Al oeste de Zanzíbar, película con muchos rinocerontes, aunque también con
hipopótamos. Pero mi padre no sé cómo lograba que yo viera sólo rinocerontes.
Hoy sospecho que su obstinación -aparte de buscar que, tarde o temprano, como
un niño digamos normal, terminara enloqueciendo con esos paquidermos de aterrador
cuerno--pudo estar relacionada con el viaje mítico y liberador que por esas
mismas fechas él hizo a París. En esa ciudad, alejado por unos días del sórdido
clima moral de la dictadura, vio El rinoceronte, una obra de teatro de Ionesco
en la que en el programa de mano --que no por nada heredé recientemente por
decisión explícita suya-se advertía que, al convertirse las ideologías en
idolatrías, se perjudica siempre la convivencia,
pues "Un rinoceronte no puede entenderse con aquel que no lo es, un sectario
con aquel que no pertenece a su secta ..." .
Ni que decir tiiene que, desde que
heredara aquel sabio programa de mano, sigo a rajatabla las silenciosas
lecciones que entiendo quiso darme mi padre al ponerme en guardia contra e! riocerontismo,
el mal de la barbarie moderna que denunciara Ionesco y que hoy está de tanta o
más actualidad que entonces
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