Algún día seré recuerdo, Marcos Giral Torrente, p. 216
A veces sucede que gente con la que coincidimos brevemente y a la que no volveremos a ver nos sorprende con un pensamiento que se nos queda grabado. Desde que en 2010 publiqué un libro acerca de la relación que tuve con mi padre, se me ha acercado mucha gente a contarme su historia. «¿Sabe? Cada padre es un mundo y al final la huella de casi todos se parece», me dijo una vez un viejo de ojos azules en la feria del libro. «Se lo digo yo, que apenas conocí al mío. Dos veces lo visité en la cárcel de Carabanchel y ya me bastaron.»
El ensayista italiano Massimo
Recalcati opone al archiconocido y freudiano complejo de Edipo (el del hijo que
busca destituir la autoridad del padre) el que él bautiza como complejo de
Telémaco, a saber, el del hijo que persigue lo contrario: restaurar la autoridad
paterna. Telémaco -recordemos- es el hijo de Ulises que en la Odisea homérica
se consume en la espera del padre desaparecido tras la guerra de Troya,
mientras que Edipo, en las dos tragedias de Sófocles, es el hijo del rey de
Tebas que, sin conocer su relación filial con ellos, mata a su padre y yace luego
con su madre. Recalcati, en su libro titulado precisamente El complejo de
Telémaco, se sirve de la figura de Telémaco para analizar la pérdida de
autoridad paterna en la sociedad
contemporánea: padres cómplices, padres ausentes, padres superados por el
empuje de los tiempos, padres sin ascendente, alejados del rol tradicional. Más
allá de ese propósito, que encara -hay que subrayarlo- sin añoranza, su
distinción entre Telémaco y Edipo condensa los dos extremos entre los que
orbita, diríamos, la relación padre/hijo.
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