Libre, Lea Ypi, p. 45
La profesora Nora nos dijo que
antiguamente la gente se reunía en unos edificios muy grandes llamados
«iglesias » y «mezquitas» para cantar canciones y recitar poemas dedicados a
alguien o algo que ellos llamaban Dios y que teníamos que tener mucho cuidado
de no confundirlo con los dioses de la mitología griega como Zeus, Hera o
Poseidón. Nadie sabía qué aspecto tenía aquel Dios único y sobre esto había
todo tipo de interpretaciones diferentes. Algunos, como los católicos y los
cristianos ortodoxos, creían que Dios tuvo un hijo que también era medio
humanó. Otros, los musulmanes, creían que Dios estaba en todas partes, tanto en
las partículas más pequeñas de la materia como en el universo entero. Y había otros
más, los judíos, que pensaban que Dios les daría un rey que los salvaría cuando
llegase el final de los días. Además todos tenían profetas diferentes. En el
pasado, esos grupos religiosos habían luchado encarnizadamente entre sí y
habían matado y mutilado a gente inocente para imponer cuál de los profetas era
el auténtico. Pero no en nuestro país. En nuestro país, los católicos, los
cristianos ortodoxos, los musulmanes y los judíos siempre se habían respetado
unos a otros, porque les importaba más la nación que sus diferencias sobre el
aspecto de Dios. Entonces llegó el Partido, más gente empezó a leer y a escribir
y, cuánto más aprendían sobre el funcionamiento del mundo, más cuenta se daban
de que la religión era una ilusión, algo que los ricos y poderosos utilizaban
para dar falsas esperanzas a los pobres prometiéndoles felicidad y justicia en
otra vida.
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