Libre, Lea Ypi., p. 178
Cuando llegamos a Atenas, mi
abuela me animó a que empezara a escribir un diario. Decidí hacer una lista de
todas las cosas nuevas que veía por primera vez y las fui registrando meticulosamente:
la primera vez que sentí el aire acondicionado en la palma de las manos; la
primera vez que comí plátanos; la primera vez que vi semáforos; la primera vez
que me puse unos vaqueros; la primera vez que no tuve que hacer cola para
entrar en una tienda; la primera vez que pasé un control de fronteras; la
primera vez que vi una cola formada por coches en lugar de por seres humanos;
la primera vez que me senté en un retrete en lugar de ponerme en cuclillas; la
primera vez que vi que la gente iba detrás de un perro sujeto a una correa en
lugar de ver perros callejeros yendo detrás de la gente; la primera vez que
tuve entre las manos un chicle de verdad en lugar de solo el envoltorio; la
primera vez que vi edificios con diferentes tiendas y escaparates repletos de
juguetes; la primera vez que vi cruces sobre las tumbas; la primera vez que
contemplé paredes cubiertas de anuncios en lugar de proclamas
antiimperialistas; la primera vez que admiré la Acrópolis, aunque solo desde
fuera porque no teníamos dinero para pagar la entrada. Y también describí en
detalle mi primer encuentro con niños turistas siendo yo también una niña
turista, cuando me enteré, sorprendida, de que no sabían quiénes eran Atenea ni
Ulises, y se rieron de mí porque yo no conocía a un ratón que, al parecer, era
muy famoso, llamado Mickey.
En la imagen: Apolonia de Iliria
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