Libre, Lea Ypi, p. 23
Yo recordaba vagamente algo del
año anterior que se llamó la «protesta del Muro de Berlín». Habíamos hablado de
eso en el colegio y la profesora Nora nos explicó que era debido a la lucha entre el imperialismo y el revisionismo,
y a que cada uno sostenía un espejo frente al otro, pero que ambos espejos
estaban rotos. Nada de eso nos afectaba. Con frecuencia, nuestros enemigos
intentaban derribar nuestro gobierno y con la misma frecuencia fracasaban. A
finales de la década de 1940 nos separarnos de Yugoslavia cuando esta rompió
con Stalin. En la década de 1960, cuando Jruschov deshonró el legado de Stalin
y nos acusó de un «desviacionismo nacionalista de izquierdas», rompimos las
relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. A finales de la década de 1970
abandonarnos nuestra alianza con China cuando esta decidió enriquecerse y
traicionar la Revolución Cultural. Daba igual. Nos rodeaban enemigos poderosos,
pero sabíamos que estábamos en el lado correcto de la historia. Cada vez que
nuestros enemigos nos amenazaban, el Partido, apoyado por el pueblo, salía
fortalecido. A lo largo de los siglos nos habíamos enfrentado a grandes
imperios y le habíamos demostrado al mundo cómo una pequeña nación en el
extremo de los Balcanes podía sacar fuerzas para resistir. En aquel momento
liderábamos la lucha para lograr la transición más difícil: la de la libertad
socialista a la comunista; la de un Estado revolucionario regido por leyes
justas a una sociedad sin clases, donde el Estado en sí mismo se iría
debilitando.
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