David Foster Wallace: una biografía, DT Mx, p. 79
Wallace tenía una mente técnica y
en La escoba puso en práctica todo un programa de ingeniería inversa con las
novelas posmodernas que más le habían gustado. La influencia de Pynchon tiene
una presencia abrumadora: a él se deben los nombres, el ambiente de paranoia
soterrada y la imagen de América como una tierra tóxica, saturada por los
medios de comunicación y por la cultura del entretenimiento. El tono plano y en
eco de los diálogos lo tomó de Don DeLillo, cuyas novelas había estado leyendo
mientras trabajaba en el libro. (Una noche, un amigo que trabajaba a tiempo
parcial como guardia de seguridad en Amherst se lo encontró leyendo en su
centralita, intentando desgranar Ratner's Star.) De Nabókov, quien a su vez fue
profesor de Pynchon, parece haber tomado prestada su forma minuciosa y
flirteante de evaluar a las mujeres. El fárrago de formas literarias -unas historias
dentro de otras historias, actas de reuniones, hojas de registro de tareas,
popurrís de canciones rock y escenas descabelladas- refleja también la
influencia de Pynchon y de otros autores posmodernos como Barthelme y John
Barth. Cuando Lenore señala que East Corinth, la zona suburbana de Cleveland en
la que reside, está construida de forma que, vista desde el aire, forme el
perfil de Jayne Mansfield, resulta difícil no pensar en la primera vez que
Edipa Maas ve San Narciso, la ciudad
imaginaria cercana a Los Ángeles que, medita, parece el circuito electrónico de
un transistor, con esa “orientación comunicativa”.
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