Chevron
Entre los muchos quebraderos de
cabeza del novelista no es el menor el de escoger el momento en que ha de
comenzar su novela. Es necesario, es de hecho inevitable, que entrecruce las
vidas de sus dramatis personae a una hora determinada; lo que hay que decidir
es qué hora sea ésa, y en qué situación deberán ser descubiertos. La misma razón
hay para que aparezcan tendidos en un moisés -donde se les acaba de depositar
por vez primera- como para que el lector los conozca en su desalentada madurez,
recién sacados de un canal. La vida, considerada de este modo desde el punto de
vista del novelista, es una larga extensión llena de variedad, en la que cada
hora y cada circunstancia poseen su mérito particular, y podrían servir de
adecuado trampolín para iniciar un relato. La vida, además, según seguimos
considerándola desde el punto de vista del novelista, aunque variada, se
aparece continua; no hay más que un comienzo y no hay más que un final, no hay
comienzos ni finales intermedios, como los que el pobre novelista ha de imponer
arbitrariamente; lo cual quizá explique por qué tantas novelas, esquivando el
desagradable recordatorio de la muerte, acaban en el matrimonio, como única
ruptura admisible y efectiva de la continuidad.
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