Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

LA INFANCIA


La noche interrumpida, Rebeca West, p. 12

Un niño no es más que un adulto sometido temporalmente a unas condiciones que inhabilitan su felicidad. En la infancia se actúa bajo unas circunstancias tan incapacitantes desde el punto de vista físico y mental que son comparables a las de alguien que ha sufrido un terrible accidente o enfermedad; pero mientras que se tiene piedad de los mutilados y los incapacitados porque no pueden caminar, han de ser transportados por otras personas y no son capaces de comunicar sus necesidades ni pensar con claridad, nadie siente piedad por los bebés, a pesar de que no paran de llorar a causa de la frustración y el orgullo herido. Es cierto que cada año que pasa mejora su situación y les otorga un poco más de autonomía, pero todo eso no conduce más que a una trampa. En la infancia nos vemos obligados a vivir en desventaja en el mundo de los adultos como miembros de una raza sometida que encima ha de admitir que existen motivos para su sometimiento. Nadie puede negar que los adultos saben más que los niños, pero eso no se debe a ningún tipo de superioridad, sino a que conocen mejor las mentiras de este mundo por la sencilla razón de que han vivido un poco más en él. Es como si se enviara al desierto a un grupo de personas, a unos se les dieran brújulas y a otros no, y aquellos que tuvieran brújulas trataran a los que no las tienen como si fueran inferiores y se burlaran de ellos y los regañaran sin considerar la injusticia de su condición, preocupándose al mismo tiempo amablemente por su seguridad. Sigo creyendo que la infancia es un periodo de tremendo desequilibrio, y que aquellas cuatro muchachas no éramos nada tontas al sentirnos aliviadas por haber llegado al límite del desierto.


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