La versión de Penélope, Margaret Atwood
La mía fue una boda planeada. Así
es como se hacían las cosas en aquellos tiempos: siempre que había boda había planes.
Y no me refiero a cosas como los trajes nupciales, las flores, los banquetes y
la música, aunque también teníamos todo eso. Eso está en todas las bodas,
incluso ahora; pero me refiero a unos planes más sutiles.
Según las antiguas normas, solo
la gente importante celebraba bodas, porque solo la gente importante tenía
herencias. Todo lo demás eran simples cópulas de diversos tipos: violaciones o
seducciones, romances o ligues de una noche, con dioses que decían ser pastores
o pastores que decían ser dioses. De vez en cuando, intervenía también alguna
diosa y tenía sus escarceos adoptando forma humana, pero en esos casos la
recompensa que recibía el hombre era una vida corta y, a menudo, una muerte
violenta. La inmortalidad y la mortalidad no se llevaban bien: eran fuego y
barro, solo que siempre ganaba el fuego.
Los dioses nunca se mostraban
reacios a organizar un jaleo. De hecho, les encantaba. Ver a algún mortal con
los ojos friéndose en las cuencas durante una sobredosis de sexo divino les
hacía reír a carcajadas. Los dioses tenían algo infantil y cruel. Ahora puedo
decirlo porque ya no tengo cuerpo; estoy por encima de esa clase de
sufrimiento, y de todos modos los dioses no me oyen. Que yo sepa, están durmiendo.
En vuestro mundo, la gente no recibe visitas de los dioses como antes, a menos
que haya tomado drogas.
¿Por dónde iba? Ah, sí. Las
bodas. Las bodas servían para tener hijos, y los hijos no eran juguetes ni
mascotas. Los hijos eran vehículos para transmitir cosas. Esas cosas podían ser
reinos, valiosos regalos de boda, historias, rencores, enemistades familiares.
Mediante los hijos se forjaban alianzas; mediante los hijos se vengaban
agravios. Tener un hijo equivalía a liberar una fuerza en el mundo.
Si tenías un enemigo, lo mejor
que podías hacer era matar a sus hijos, aunque estos fueran recién nacidos. Si
no, ellos crecían y te buscaban. Si no te sentías capaz de matarlos, podías
disfrazarlos y enviarlos lejos, o venderlos como esclavos; pero mientras
siguieran con vida supondrían un peligro para ti.
Si tenías hijas en lugar de
hijos, necesitabas criarlas deprisa para que te dieran nietos. Cuantos más
varones dispuestos a empuñar espadas y arrojar lanzas hubiera en familia,
mejor, porque todos los linajudos de los alrededores estaban esperando un
pretexto para atacar a algún rey o algún noble y robarle todo lo que pudieran,
incluidos seres humanos. Una persona débil que ocupara un puesto de poder era
una oportunidad para otra que ocupara puesto de poder, de modo que todos los
reyes y nobles necesitaban toda la ayuda que pudieran conseguir.
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