Tercer acto, Félix de Azúa, p. 211
La vida universitaria es un mundo
ajeno sin apenas roces con el mundo real y verdadero. Se parece a la vida
eclesiástica de los enclaustrados, en la que sólo importa lo que sucede dentro
de la reclusión universitaria y entre los rijosos frailes, sus rencillas, sus
venganzas, sus seducciones, sus abominaciones, pero con la diferencia de que el
claustro universitario está persuadido de que puede cambiar el mundo. En parte
es cierto, porque de allí han salido todos los movimientos totalitarios europeos.
A finales del siglo XIX se forjaron los movimientos antisemitas, fascistas y
nazis. En el siglo xx los movimientos comunistas, nacionalistas y maoístas.
Encerrados en su burbuja artificial, profesores y estudiantes creen tener una grandiosa
importancia social. En realidad, si tuvieran que pagar lo que en verdad cuestan
sus estudios a la sociedad trabajadora, comprenderían el engaño en el que
viven. Por parte del profesorado es aún peor, porque un personal contratado, se
supone, por su valía intelectual (aunque el sistema de elección está
corrompido) se encuentra en un callejón sin salida con un sueldo de miseria y
un peso social inexistente, así que la mayor parte del profesorado se derrumba
hacia la lucha política, ya que si gana alguno de sus disparatados principios a
lo mejor cambia su condición, aunque, de no ser así, por lo menos se ha
entretenido unos años a costa del contribuyente. La vida universitaria, que
tuvo sentido como sustento intelectual del siglo XIX mientras se construyó el
poder burgués, es ahora un lodazal, excepto para las almas bellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario