Ava en la noche, Manuel Vicent, p. 164
A partir de ese día, el mono
Manolo se hizo el dueño y señor del Café Gijón, y el lance del león fue suficiente
para que David fuera admitido como pasajero con todos los honores en aquella
barcaza de náufragos hambrientos de gloria y de pepitas de ternera. Días
después tuvo la oportunidad de conocer en persona a Fernando Fernán Gómez, de
darle la mano, de decirle que de chaval había llorado viendo Balarrasa y todas
esas cosas que se dicen de forma algo babosa ante un personaje al que se
admira. David le confesó con cierta timidez que quería ser director de cine,
que había ingresado en la escuela y que lo que más deseaba en el mundo era
conocer a Ava Gardner.
-Pero ¿tú eres idiota o qué?
-exclamó Fernán Gómez.
-Idiota ... Sí, sin duda. Ya que
usted lo dice ...
-Ava Gardner no es nada, muchacho
–exclamó-. Oye lo que te digo que te lo voy a explicar: Se sabe, según cuentan
los gitanos de los tablaos flamencos, que Ava Gardner elige cada noche a un ejemplar
moreno y de pelo rizado para llevárselo a la cama. Tanto es así que algunos la
siguen al hotel Castellana Hilton, hasta el mismo pie del ascensor, y una vez
allí puede que ella los invite o no a subir a la habitación, según su capricho
o la lucidez que le permita el alcohol. Es como una lotería. Una madrugada la
seguimos de cerca Paco Rabal y yo desde la venta de Manolo Manzanilla para
probar suerte y logramos coincidir con la Gardner en la entrada del hotel; la
saludamos al pie del ascensor y ella nos miró medio borracha sin dirigirnos ni
una sonrisa, ni un gesto, ni una palabra. Nos quedamos muy corridos, pero de
vergüenza. Habíamos hecho el gilipollas, ¿entiendes? En ese momento bajó el
ascensorista, un bell boy muy experimentado, y al vernos tan decepcionados a
los dos, que nos creíamos glorias nacionales, nos dijo: “Les advierto que no es
para tanto. No merece la pena. No es nada del otro mundo”.
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