Los eduardinaos, Vita Sackville-West
En honor a su abuela hay que
decir que le propinó los golpes más duros que pudo. -iMajaderías! -dijo cuando
Sebastian terminó-. En la vida he oído tales majaderías. Los muchachos de mi
época no hablaban así. Los muchachos de mi época eran hombres. Cazaban y bebían
y cortejaban a las mujeres, y no se preocupaban de si cumplían con su deber. No
eran tan delicados. -Se rascó la espalda con la manita de marfil-. No te andes
con esos tiquismiquis, hijo. Si has nacido para tener ciertos privilegios,
disfRútalos, y alégrate. No es que yo esté de acuerdo con tu madre ni con sus
costumbres. Con rey o sin él, a mí no me gustan esos judíos; hoy he visto un
montón de esos apellidos horrendos, hojeando el libro de visitas. Debería
haberlo guardado antes de que yo viniera si no quería que me enterase. No son
buena compañía ni para ella ni para ti. Seguro que te han estado metiendo ideas
en la cabeza; a lo mejor quieren que entres en negocios con ellos. Tú no hagas
caso. Y no tengas ideas. Las ideas lo trastornan todo. Las cosas marchan
bastante bien, aún hoy en día. Déjalas estar. No tengas ideas.
-Las cosas marchan bien para
nosotros, abuela.
-iMira el mocoso este! ¿y qué
otra cosa importa? Nosotros dirigimos el país, ¿no? Los que dirigen se merecen
sus privilegios. ¿ Qué sería del país, quisiera yo saber, si los de arriba no
tuvieran sus comodidades? ¿ Qué sería de las modistas si tu madre no se hiciera
más vestidos bonitos? Además, al país le gusta. En eso no te engañes. La gente
necesita algo que admirar. Es bueno para ellos; les proporciona un ideal. No
les gusta ver que un señor se degrada.
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