Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

NABOKOVIANA


El roce del tiempo, Martin Amis, p. 395

Nunca tenían dinero, por frugales y ahorrativos que fueran; debieron mirar cada pftnnig, luego cada centime, luego cada nickel y dime, hasta Lo lita (a finales de los años cincuenta, cuando llevaban más de treinta años casados). Sus tres primeras novelas, Mashenka (1926), Rey, Dama, Valet (1928) y La defensa (1929) eran, innegablemente, obras maestras; había hablado y leído a auditorios extasiados en Berlín, Praga, Bruselas, París y Londres; todo el mundo podía ver que era un genio de talla insólita. (Ivan Bunin, el primer premio Nobel de Literatura ruso, dijo, con laconismo: “Este joven ha empuñado una pistola y ha liquidado de golpe a toda la generación anterior, yo incluido».)

Pero nunca conseguía ver dinero contante y sonante. Su hijo único, Dmitri, vino al mundo en 1934 y fue recibido con arrobo (si se separaba de él, Vladimir echaba en falta “los circuitos de la corriente de dicha que siente cuando su pequeño le pasa un brazo por el hombro»). Sin duda fue un apremiante sentido de la responsabilidad lo que lo sacó de casa con una determinación inflexible. Recorrió Europa en busca de contactos y contratos, escribiendo críticas, elaborando informes, haciendo traducciones (algunas de ellas ingratamente técnicas, del ruso, inglés y francés). En fecha tan tardía como la primavera de 1939, estaba en Londres intentando por todos los medios conseguir un puesto docente en Leeds -o quizá Sheffield-. ¿Nabokov en Yorkshire? Fue una de las numerosas posibilidades frustradas por la Segunda Guerra Mundial.

El padre de Vladimir, el señor Nabokov, era un distinguido hombre de Estado liberal (descrito con resentimiento memorable por Trotski en su Historia de la Revolución Rusa), a quien dieron muerte -medio accidentalmente- en Berlín, en 1922, unos matones fascistas. Pese a ello, uno tiene la impresión de que su hijo contemplaba la realidad política como una mera distracción,  una serie de lo que él llamaba actualidades "infladas". La familia permaneció en Berlín incluso después de la aprobación de las leyes de Núremberg, en 1935 (algo que Vladimir no menciona  en las cartas). Vera y Vladimir habían huido de los bolcheviques por separado; en 1936, Vladimir sintió, con un miedo largamente sublimado, que la Alemania nazi no era un buen lugar para su esposa judía y su hijo mestizo.


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