El roce del tiemo, Martin Amis, p.43
El único norteamericano que le
plantea un grave problema es Henry James.
Todo escritor entabla un
matrimonio platónico con sus lectores y, en este aspecto, la narrativa de James
describe un arco peculiar: cortejo, luna de miel, estrecha convivencia,
desafecci6n creciente y alejamiento final; camas separadas y, finalmente, cuartos
separados. Como en cualquier matrimonio, la relaci6n se mide por la calidad de
su interacción diaria, por la calidad de su lenguaje. Y la prosa de James,
incluso en sus momentos más ecuánimes y seductores (la delicadeza andrógina, el
ojo maravillosamente ajeno), adolece de un grave fallo conductual.
Los estudiosos de los usos
lingüísticos han identificado este hábito como “variante elegante”. La frase quiere ser irónica, porque la
elegancia a la que aspira es en realidad seudoelegancia y antielegancia. Por
ejemplo: «Siguió hacia la izquierda, hacia el Ponte Vecchio, y se detuvo frente
a uno de los hoteles que daban a esa estructura deliciosa.” Se me ocurre aquí
otra manera de referirse al Ponte Vecchio: ¿qué tal el vulgar y escueto
pronombre “él”? De forma similar, «desayuno”, más adelante, en la misma frase
en que así se denomina, se convierte en «esta refacción”, la tetera en
«receptáculo”, lord Warburton en «ese noble» (o “el maestro de Lockleigh”), las
cartas en «epístolas» y sus brazos en “esos miembros''· Y así sucesivamente.
Aparte de hacer que el lector
rezongue sonoramente unas tres veces en cada frase, las variantes de James
apuntan a deficiencias más grandes: elitismo, quisquillosidad y falta de
calidez, falta de candor y compromiso. Todos los ejemplos citados antes se han
tomado de Retrato de una dama (1881), de su generosa y complaciente etapa
temprana-media. Cuando entramos en el laberinto ártico conocido como el James
tardío, su alejamiento del lector, su enclaustramiento en la introversión es
tan rotundo como el de Joyce y mucho más endiabladamente prolongado.
El matrimonio fantasmático con el
lector es la base del equilibrio creativo del escritor. Una relación tal
precisa ser inconsciente, silente, tácita y, lógicamente, también es necesario
que la inspire el amor.
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