Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CHARO LOPEZ


Desfile de ciervos, Manuel Vicent, p. 136
No obstante, en la duermevela no tuvo ninguna pesadilla, más bien al contrario: este sentenciado a muerte en la oscuridad fue premiado con una memoria evanescente de un pasado placentero lleno de glamour. Cuando recobraba la conciencia sentía una punzada de angustia en el estómago, pero luego volvía a sumergirse en una somnolencia asaltada de nuevo por imágenes de la gloria pasada.
Estaba sentado en el plató de televisión, maquillado bajo los focos, y el rostro líquido de una belleza griega o castellana tomó forma y comenzó a fluir en su inconsciente, acompañado de una voz oscura, de una risa descarada. La Dictadura se hallaba ya en estado de derribo. En medio de los escombros del franquismo, bajo la luz roja de un cuarto oscuro, se había revelado el rostro de Charo López. La naturaleza le había regalado una rara belleza, como de perfil acuñado en un dracma. Charo López inauguraba la nueva estética de las hembras más deseadas en sueños cuando estaba llegando la libertad. Hasta entonces, el sexo matrimonial de la burguesía española se celebraba en una alcoba conjuntada con retratos ovalados de los abuelos, hondos cajones de la cómoda con mantillas traspasadas por una aguja de plata, corpiños de ballenas, sábanas en alcanfor, armarios severos de luna, camas de hierro cuyos muelles gemían mucho más que las legítimas esposas sobre colchones de lana, amparadas por un crucifijo que vigilaba desde la pared del cabezal cualquier exceso de placer. Chicas como Charo podían establecer una pasión clandestina, paralela, pero nunca eran imaginables en el papel de entretenidas a las que un ricachón o alto funcionario les pusiera una mercería. Podías sorprenderlas morreándose en los pubs, en el coche, en los soportales, en los jardines oscuros; fueron las primeras que rompieron la orden de estar a las diez en casa, eran libres, podían ser amantes pero ya nadie las llamaría queridas, con el tufo agrio del machismo. Charo López era el símbolo de la luz al final del túnel.

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