La vida a ratos, JJ Millás, p. 400
LUNES. Trato de imaginar a
Tolstoi después de escribir el que quizá sea el más citado de los comienzos de
novela: “Todas las familias felices se parecen, las desgraciadas lo son cada
una a su manera”. Hablamos de Ana Karenina. Un arranque espectacular. No
tenemos ni idea de si lo que afirma es verdadero o falso. De hecho, se podría
aseverar lo contrario sin que nadie nos pudiera contradecir: “Todas las
familias desdichadas se parecen, las felices lo son cada una a su manera».
Esto significa que el éxito de la
frase no reside en su contenido, sino en su forma, como si contuviera un juego
de oposiciones con propiedades hipnóticas. Algo misterioso se remueve en el
sótano de esa oración. Pero imaginemos a Tolstoi sentado a la mesa, con las
cuartillas delante y la pluma en la mano. Acaba de escribir las primeras
líneas. Quizá él mismo permanezca asombrado ante un comienzo tan espectacular.
Es posible que se haya dicho: “Por hoy basta, seguiremos mañana”. A mí me ocurrió
como lector cuando cayó en mis manos por primera vez ese libro asombroso. Leí
la primera frase y tuve que cerrarlo para tumiarla. Hasta el día siguiente.
¿Sabía Tolstoi que le quedaban por escribir cientos de páginas? ¿Temía que no
todas estuvieran a la altura de ese arranque? ¿Imaginaba las habitaciones que
tendría que recorrer hasta alcanzar el final de ese edificio narrativo? Todas las
familias felices se parecen, las desdichadas lo son cada una a su manera.
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