Cuando introduje la segunda llave
en la cerradura del 2B, él pegó el cuerpo a mi espalda y me aplastó contra la puerta.
Yo noté sus caderas moviéndose contra mis nalgas y sus dedos en mi pelo
mientras tiraba con suavidad de una horquilla. ¿No me entendió? Ahora me
pregunto si eran gestos practicados de seducción. Probablemente le habían dado
buenos resultados en el pasado. Me volví con brusquedad y levanté la mirada
hacia él. Sonreía expectante. Le vi las encías. Su boca me pareció fea con esas
encías rojas. Es extraño que tuviera tiempo para pensar en sus encías, pero lo
hice. Sentía un nudo de ansiedad en el pecho. “es hora de que te vayas», le
dije. Bajó la vista hacia mí con expresión indulgente, paciente. “Eso no es lo que quieres», dijo. “Lo siento,
pero sí que lo es.» Debía de creer que mi voluntad todavía contaba. Introduje
la llave en la cerradura y la hice girar, lista para meterme corriendo, cerrar
de un portazo y asegurarme de echar la cadena, pero él me puso las manos en las
caderas y me empujó dentro, y cerró la puerta detrás de él, aunque sin cerrarla
con llave.
Luego empezó un juego extraño.
Era como si él no hubiera entrado en mi piso por la fuerza, como si yo no le hubiera
pedido que se marchara. “Deja que te ayude con el suéter.» Alargó una mano
hacia mí, pero yo me lo quité rápidamente y lo enrollé alrededor de mi brazo.
Él sonrió y señaló la habitación con un ademán. “Es aquí donde vives? Muy
acogedor.» Paseó la mirada por la estantería que tenía a su izquierda y por la
que estaba en el otro extremo de la habitación. “Muchos libros. No esperaba
otra cosa. -Luego señaló la silla azul-. ¿De dónde la has sacado? ¿De
Bloomingdale?» Ahora me parece un comentario hostil. En ese momento me quedé
simplemente perpleja. ¿Qué quería decir? Dio varias vueltas por la habitación
sin dejar de sonreír.
“Te he pedido que te vayas, por
favor”, repetí. ¿Añadí algo? ¿Me estoy olvidando algo? No, creo que no. ¿Por qué
hablé en voz baja? ¿Por qué estaba tan serena? ¿Por qué dije <
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