Un día de julio del año 1994, la
aurora iluminó el cadáver de un hombre gordo colgado de lo más alto de una grúa
de la construcción a orillas del Mediterráneo. El cuerpo estaba partido en dos
por la luz de un amanecer color de rosa, medio cuerpo lleno de sol y medio
lleno de sombra, según lo balanceaba una brisa de gregal que anunciaba lluvia
de verano. Antes de que llegara el juez a bajar el fiambre de aquel patíbulo industrial
hubo noticias de que no muy lejos de allí, en la misma línea del mar, otro
muerto se mecía igualmente de otra grúa de la misma empresa constructora.
Alrededor de las diez de la mañana fue descubierto un ahorcado más y a este ya
le daba el sol de lleno en la cara y, aunque estaba a unos siete metros de
altura, uno de los curiosos creyó haberlo visto la noche anterior tomando un
gin tonic en la barra de El Venado, un prostíbulo de lujo situado entre
naranjos a pocos kilómetros del lugar donde fue colgado del cuello. En total
eran tres, al parecer todos rematados previamente con un tiro en la nuca antes
de darles la soga y exponerlos en lo alto de idéntica forma como un exorcismo,
lo que los mafiosos llaman la fiesta de la corbata.
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