Te quiero más que a la salvación de mi alma

Te quiero más que a la salvación de mi alma
Catalina en Abismos de pasión de Luis Buñuel

CONTRA UN PADRE NO HAY RAZON


Qwertyuiop, Sánchez Ferlosio, p. 164
(Como puede observarse en los secesionistas de una nación, toda autoafirmación tiene que respirar enemistad.)
Hay hijos que cara a cara se muestran más o menos sometidos a los deseos o el parecer de los padres y después, a solas en su cuarto, lo vuelven a pensar y se muerden rabiando los nudillos, indignados contra su vergonzosa sumisión. Otros que, por el contrario, en el diálogo abierto con los padres expresan a voces su cólera contra las contenidamente pacientes y morosamente razonables consideraciones, intercaladas por brevísimos pero claros estallidos de presión, que tratan de conducirlos, aunque sea arrastrando, hacia una determinada opción de conducta, y luego, ya metidos en la cama, empiezan a sentirse culpables de sus manifestaciones de violencia, y no está dicho que a veces no acaben incluso incubando un fervoroso deseo de inclinarse hacia el pensar y el sentir de sus progenitores; y, en casos como éste, ¿quién podría responder a la pregunta de si han sido convencidos o sometidos?
La voz de los padres no podría nunca oírse como la voz virtual que oímos en las páginas de un libro; la analogía con esas voces puede ilustrar la diferencia que media entre la influencia de los padres y la influencia de un autor remoto. A lo cual no hace objeción alguna, sino todo lo contrario, el que un autor pueda llegar a tener una influencia decisiva sobre cualquier lector y cobrar, a su vez, autoridad, puesto que la diferencia entre esta autoridad y la de los padres está en que la del autor es, en principio, racional, en la medida en que es posterior a la lectura y se funda en el contenido y la opinión, mientras que la autoridad de los padres tiene la gratuidad de ser anterior y ajena a cualquier contenido racional. Miguel de Unamuno se indignaba ante aquel dicho castellano que decía: «Contra un padre no hay razón”, y no creo no se diese cuenta de que la maldad del dicho no reside más que en consagrar y elevar a imperativo lo que real e inevitablemente ocurre.

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