Qwertyuiop, Sánchez Ferlosio, p. 164
(Como puede observarse en los
secesionistas de una nación, toda autoafirmación tiene que respirar enemistad.)
Hay hijos que cara a cara se
muestran más o menos sometidos a los deseos o el parecer de los padres y
después, a solas en su cuarto, lo vuelven a pensar y se muerden rabiando los
nudillos, indignados contra su vergonzosa sumisión. Otros que, por el
contrario, en el diálogo abierto con los padres expresan a voces su cólera contra
las contenidamente pacientes y morosamente razonables consideraciones, intercaladas
por brevísimos pero claros estallidos de presión, que tratan de conducirlos,
aunque sea arrastrando, hacia una determinada opción de conducta, y luego, ya
metidos en la cama, empiezan a sentirse culpables de sus manifestaciones de
violencia, y no está dicho que a veces no acaben incluso incubando un fervoroso
deseo de inclinarse hacia el pensar y el sentir de sus progenitores; y, en
casos como éste, ¿quién podría responder a la pregunta de si han sido
convencidos o sometidos?
La voz de los padres no podría
nunca oírse como la voz virtual que oímos en las páginas de un libro; la
analogía con esas voces puede ilustrar la diferencia que media entre la
influencia de los padres y la influencia de un autor remoto. A lo cual no hace
objeción alguna, sino todo lo contrario, el que un autor pueda llegar a tener una
influencia decisiva sobre cualquier lector y cobrar, a su vez, autoridad, puesto
que la diferencia entre esta autoridad y la de los padres está en que la del autor
es, en principio, racional, en la medida en que es posterior a la lectura y se funda
en el contenido y la opinión, mientras que la autoridad de los padres tiene la
gratuidad de ser anterior y ajena a cualquier contenido racional. Miguel de Unamuno
se indignaba ante aquel dicho castellano que decía: «Contra un padre no hay
razón”, y no creo no se diese cuenta de que la maldad del dicho no reside más
que en consagrar y elevar a imperativo lo que real e inevitablemente ocurre.
1 comentario:
Así es
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