En el momento de despertar,
Edward Darnell estaba soñando con un bosque arcaico y un límpido manantial que
se alzaba en nieblas y vapores bajo un calor que volvía trémulo el paisaje; y,
al abrir los ojos, vio que la habitación estaba inundada de sol y que la luz
centelleaba en los muebles nuevos recién barnizados. Se dio la vuelta y vio que
su mujer no estaba en la cama. Aún confuso y maravillado por el ensueño, que se
le demoraba en el recuerdo, se levantó también y empezó a vestirse aprisa, pues
se había despertado un poco tarde y el autobús pasaba por su esquina a las 9.
15. Era un hombre alto y delgado, de cabello y ojos oscuros y, a pesar de la
rutina de la City, de pasarse el día contando cupones y de los trabajos
aburridos y mecánicos
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