Los ángeles feroces, José Ovejero, p. 262
Se imaginó parte de una cadena
que atravesaba milenios, remontándose a los grandes saurios que despedazaban
entre enormes incisivos restos vegetales junto con trozos de cadáveres, tejidos
musculares, entrañas, grasa; vio a un buitre dando tirones con el pico de un
tendón que asomaba por el cuello desgarrado de un herbívoro que aún pateaba el
aire , vio a un individuo de frente huidiza y enormes arcos supraciliares sorbiendo
la médula de un hueso mientras la baba le caía por la barbilla, se vio a sí
mismo estrujando entre los dientes la guinda del martini, vio el líquido rojo,
la masa espachurrada que pasaría al bolo alimenticio. Contuvo una arcada y se
dijo: nunca más volveré a comer. No es un idiota, Cástor, así que aunque se
negase a comer, sí consumía líquidos con valor nutritivo; caldos de carne y de
verduras, sopas frías, refrescos, vino, chocolate a la taza. Nunca se había
parado a pensar cuánto tiempo se ahorra si se prescinde de la comida. Sus
compañeros lo miraban con una mezcla de admiración y miedo. Cástor no come, se decían,
casi se susurraban en los pasillos de los ministerios, y no sabían cómo
interpretarlo, pero sí discernían el celo con el que trabajaba, una especie de
ferocidad que ponía en cada gesto, en cada frase, en gestiones que, sin esa
tensión, habrían parecido insignificantes. Todavía piensa Cástor que parte de
su carrera se la debe a la reverencia que provocaba su renuncia a comer.
Pero hace años de eso. Ni
siquiera sabría decir cuándo volvió a ingerir alimentos sólidos; probablemente
la transición fue lenta, unas aceitunas con una bebida, algunos tropezones en
una sopa. Y aunque aún hay empleados que creen que Cástor sólo se alimenta de
líquidos o del aire o de sangre humana, la verdad es que no hay razón para que
renuncie a ese placer; porque Cástor se ha dado cuenta de que comer es también
una manera de ejercitar el poder; él había necesitado la fuerza del anacoreta
para ir acumulando informaciones, expedientes y tareas: pero más tarde el poder
que necesitas es otro, es poder directo sobre la gente, saber cortocircuitar
sus canales de comunicación, conocer las debilidades de éste y los rencores de
aquél, y para ello es necesario salir, encontrarse, comer juntos. Invitar a
comer es crear dependencias. Pero además, el hecho de exigir que pongan ante ti
un plato de precio desproporcionado y devorarlo sin dejar restos es una
demostración de quién eres, de lo que puedes hacer con vegetales, animales,
productos elaborados, recursos naturales, de una dentellada engulles meses de fotosíntesis,
células que se multiplican y se especializan, energía solar, funciones
metabólicas, cadenas genéticas que interrumpes de un mordisco y empujas tráquea
abajo junto con años de crecimiento vegetal, maceraciones, destilaciones, envejecimiento
en barrica de acero. Comer es mostrar al
mundo quién coño manda aquí.
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