Tiempo de tormentas, Boris Izaguirre, p. 448
Y fue la última. No lo sabíamos,
pero el cambio de Gobierno, el paso imprevisto del gobierno conservador a uno
socialista nos convirtió en especiales reliquias. Habíamos sido la cabeza de lo
contestatario y aireado contra el Gobierno de Aznar, pero también las cabezas,
el ejemplo de lo que fue su España. Ese extraño equilibrio que manejábamos
entre el humor, el descaro, el glamour, la noche y la afrenta al
conservadurismo terminó por hacernos los rostros y quizás las voces de una
España que de un día para otro se hacía pasado. Fuimos contrarios a Aznar y lo
vencimos, pero él nos agarró de la mano y nos arrastró consigo. Quedarnos, sin poder
hacer nada, adheridos a su tiempo. Probablemente, aspiraríamos a ser recordados
con más cariño, incluso nostalgia, que el ex presidente, pero en su caída
también caímos nosotros.
¿Fue duro? No, fue paulatino. La
primera señal fue la muerte en julio de 2004 de una de nuestras mayores fuentes
de contenido, la madre e hija de toreros cuya vida fue una sucesión de esplendores,
caídas y levantadas que terminaron por traerla al programa a raíz de un video
explotado por muchas televisaras donde se la veía entrando y saliendo del baño
de un chiringuito, emergiendo de su
interior cada vez más divertida y alborotada. En mi análisis de la imagen
insistí en mi teoría de que estábamos viviendo una fiesta, pero no como
individuos sino como nación, que parecía no tener fin y que en su larga
trayectoria nos hacía volver a nuestros ancestros, unos iberos que celebraban
el sol, la fiesta y la siesta corno una relación amorosa entre la vida y la muerte.
A ella le gustó mi comentario y aceptó la invitación. Estaba saliendo de maquillaje
cuando la vi llegar, caminando con dificultad y recomponiendo su personaje para
que fuera el que estaba acostumbrado a ver en las imágenes. Miraba directo a
los ojos, se enorgullecía de sí misma, pero no había nada falso ni posado.
Había nacido así, dinástica, bella, aireada, no entendería Citizen Kane de la
misma manera que yo, pero su autor era para ella «Tío Orson». Los dos sentirnos
que nos comunicábamos bien y la acompañé hasta su camerino, donde de inmediato la
bloquearon de mi vista sus acompañantes, hombres con aspectos disonantes a la
sensación de diosa que ofrecía, vestida de blanco y todo el pelo moreno
cubriéndole los hombros.
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