Impón tu suerte, Vila-Matas, p. 324
George Steiner, acabé
diciéndoles, La barbarie de la ignorancia, traducción de Mario Muchnik. Al
salir de la radio, me acordé de Arthur Koestler, para quien el cerebro humano
constaba de una pequeña parte, ética y racional (todavía muy pequeña) y una
enorme trastienda cerebral, bestial, animal, territorial, cargada de miedos, de
irracionalidades, de instintos asesinos. Harían falta millones de años, dijo,
para que la evolución moral acabara con la brutal trastienda.
El día duró lo mismo que un día
en la jungla y me retiré a mi cabaña a una hora prudente lamentando, como siempre,
que hubiera triunfado el best-seller superficial y demás tonterías colosales.
Pero luego caí en la cuenta de que, tal como dijo una librera barcelonesa a los
informativos de TVE, ese día de Sant Jordi “compra libros todo el mundo”. No
era este un detalle menor. Todo el mundo. De hecho, esa apoteósica venta masiva
permitía confirmar lo que venía a decirnos George Steiner en La barbarie de la
ignorancia: en nuestro planeta el 99 % de los seres humanos prefieren, y están
en su perfecto derecho, la televisión más idiota, el fútbol ladrado, Jackie
Collins, el teatro más banal y la última desnortada película estadounidense, el bingo antes que Esquilo y
Platón. Es lo que hay. Por todas partes tenemos fost foods, McDonald's y los
Kentucky Fried Chicken del espíritu humano le ganan un millón contra uno a la
cultura. N o se puede pedir a la gente que se aficione a lo que para ella es
una pesadez y un esfuerzo inútil. El animal humano, dice Steiner, es muy
perezoso, probablemente de gustos muy primitivos, mientras que la cultura es
exigente, cruel, por el trabajo que exige y, además, reclama un sudor del alma.
Cierto optimismo en la época de
Diderot y las Luces hizo que se llegara a creer que la cultura nos haría
avanzar y la trastienda brutal de nuestros cerebros perdería volumen, y hasta
llegó a creerse en una evolución moral y en sociedades justas, donde educación
y cultura tuvieran una especial eficacia. Pero no hemos ido por ahí
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