Escucha los Sonidos de la Vida.
Soy todo oídos. Escucho con mis ojos. Escucho lo que veo en los anuncios y en
los titulares de los periódicos y en los carteles y letreros de la ciudad. Voy
viajando a través de una ciudad de palabras y voces. Las voces hacen vibrar el
aire y llegan por mi oído interno al cerebro convertidas en impulsos nerviosos.
Las palabras las oigo al pasar o cuando alguien se queda un rato a mi lado hablando
por un teléfono móvil o las leo en cualquier lugar o en cualquier superficie
hacia la que mire, cada pantalla. Las palabras escritas me llegan como sonidos
de voces, notas que leo en una partitura, a veces queriendo distinguir varias palabras
simultáneas, deducir las que no oigo porque se han alejado muy rápido de mí o porque
las borra un ruido más fuerte. Las diferencias en las tipografías forman una
incesante polifonía visual. Soy una grabadora en marcha, oculta en el teléfono
futurista de un espía de los años sesenta, en el iPhone que llevo en el
bolsillo. Soy la cámara que quería ser Christopher Isherwood en Berlín. Soy una
mirada que no quiere distraerse ni para un parpadeo. El bosque tiene oídos, dice
al pie de un dibujo del Bosco. Los campos tienen ojos. En el interior del
tronco hueco de un árbol fosforecen en la oscuridad los ojos amarillos de una
lechuza. Un árbol corpulento tiene dos orejas grandes como de elefante que casi
rozan el suelo. Una escultura de Carmen Calvo es un gran portalón viejo de
madera tachonado de ojos de cristal. Las puertas tienen ojos. Las paredes oyen.
Los enchufes oyen, dice Gómez de la Serna.
La Perfección Puede Estar Más
Cerca de lo que Crees.
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