MALABARES
El salón de ensayos de la
Academia y Ballet Nena Coronil quedaba en la planta baja de una inmensa casa
colonial en lo alto de La Florida, la que había sido una de las mejores urbanizaciones de Caracas. La casa en sí
parecía una réplica tropical del Partenón, con frisos calcados a los que se
conservan en el Museo Británico solo que más coloridos, por lo tropical. Esos
colores, aun brillantes, tenían pequeñas marcas del paso del tiempo. No es común
que un edificio sobreviva en esta ciudad, pero este había conseguido atravesar
décadas favorecido por alguna ley patrimonial. Allí sería el funeral por Belén
Lobo. Mi mamá. Las dos maneras que a lo largo de cincuenta años tuve para
llamarla. Las dos mujeres que había sido para mí.
Fran, siempre Fran, me acompañaba
en la subida por el empinado jardín. Parecíamos los Pet Shop Boys en el funeral
de alguna princesa europea. A un lado se arremolinaban los periodistas, gritando
mi nombre como si estuviera en una alfombra roja. Fran quiso decirles algo y le
sujeté fuerte. Me daba igual que para ellos esto no fuera un funeral. «Boris,
Boris, tú como paladín del saber estar, ¿cómo se entierra a una madre?». Era
insólito. «Es e.l favorito del programa, ¿piensa abandonar?». Miré, como tantas
otras veces, al otro lado. Y allí me sorprendieron las fragancias de los
limoneros de ese jardín y los pequeños bulbos de malabares abriéndose camino
debajo de los ventanales de la mansión. Los olores de mi infancia, cuando llegaba
aquí junto a mi padre a buscar a Belén después del colegio.
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