La familia de mi padre, Lolita Bosch, p. 160
Años después leí la historia de
otro conductor de tranvías: el hermano del abuelo de Enrique Vila-Matas, que el
novelista asegura que fue quien atropelló a Antoni Gaudí.Y a mí los tranvías siempre
me habían hecho pensar cómo debía ser crecer en Barcelona con un pasado
familiar como el de los Vila-Matas. Aunque recientemente pude preguntarle a
Enrique si aquella anécdota era cierta y me dijo que no. Pero no la desmientas
en tu libro, me pidió. Es mejor que sea verdad, me dijo.
El 7 de junio de 1926, por la
tarde, Antoni Gaudí fue atropellado por un tranvía de la línea 30, en el cruce
de las calles Gran Via con Bailén. Inmediatamente lo llevaron a un an1bulatorio
y de allá al hospital de la Santa Creu. Nadie lo reconoció. Gaudí solía salir
por las tardes de la Sagrada Familia. Se dírigía al Oratorio de Sant Felip Neri
para escuchar misa de tarde. Una vez finalizado el acto litúrgico volvía al
Templo. Al no regresar a la hora acostumbrada, el padre Parés, cura de la
Sagrada Familia, empezó a buscarlo, sufriendo por si le había pasado algo, como
efectivamente pasó. Una vez localizado le consultaron si quería ser trasladado
a una clínica. “Mi lugar está aquí, entre los pobres”, dijo. Pronto acudieron
sus verdaderos amigos, entre ellos el cura del Templo, el padre Parés. También
se avisó a su director espiritual, el padre Agustí Mas i Folch. En el hospital
le adecuaron una pequeña habitación presidida por un cuadro de san José. Allá,
al lado del Santo Patrón, viviría el principio de la eternidad. Pudo recibir el
viático. Después de la comunión, en un estado de semiinconsciencia, repetía
constantemente: “Jesús, Dios mío”. Entregó su alma a Dios el 10 de junio de
1926, a las cinco de la tarde. Fue enterrado en la cripta de la Sagrada
Familia. Si el mundo lo había dejado de lado en los últimos años de su vida, el
pueblo lo quería y lo demostró. Su funeral congregó a unos 10.000 barceloneses.
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