Impón tu suerte, E Vila-Matas, p. 286
Articulistas que han conocido
injustos linchamientos en la red; la forma innoble de acosarlos me ha remitido
siempre a Robert Musil, Sobre la estupidez: “De modo especial, una cierta clase
media-baja del espíritu y del alma pierde totalmente el pudor ante su necesidad
de presumir tan pronto como ve que le está permitido -bajo la protección del
partido, la nación, la secta o la corriente artística- decir nosotros en lugar
de yo».
¿Y qué decir del infinito número
de presumidas injerencias en lo que se escribe? ¿Se imaginan a su escritor favorito
-pongamos Montaigne- interrumpido y corregido por las opiniones de sus vecinos
más rústicos? ¿Qué habría sido de sus Ensayos?
Antes los articulistas aún podían
concentrarse en su trabajo, pero hoy van camino de convertirse en esclavos de
una concepción distorsionada de la participación, pues tienen acceso a
reacciones inmediatas de lo que han escrito: en general, comentarios que
muerden y excitan el espíritu de confrontación.
De esto hablaba Sergi Pamies -flamante
y merecidísimo Premio Vázquez Montalbán- en un ya antiguo artículo en el que
decía que ese espíritu de confrontación provoca que a veces el opinador dedique
más tiempo a leer, responder, contradecir, matizar y debatir que al trabajo, lo
que le aleja de lo más importante: meditar sobre el próximo artículo y, sin
saber nunca cómo será interpretado, mantener el placer de trabajar para una
mayoría de lectores que, con buen criterio, no sienten la necesidad de comunicarse
con el autor.
Estas palabras de Pamies fueron
glosadas en su momento por el veterano y gran articulista Josep María Espinas,
quien, tras explicar que no tenía ordenador y por tanto no estaba felizmente al
corriente de las injerencias de los pesados, concluía impasible, con envidiable
flema británico-catalana: “Solo aspiro a seguir trabajando tranquilo. Por lo
demás, siempre ha habido lectores que te aprueban y otros que te suspenden”.
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