Te quiero más que a la salvación de mi alma
INCIPIT 936. IMPOSTURAS / JOHN BANVILLE
¿Quién
habla? Es la voz de ella, en mi cabeza. Me temo que no parará hasta que yo no
pare. Me habla mientras avanzo a sacudidas por estas calles empedradas, me
cuenta cosas que no quiero oír. A veces
le contesto, protesto en voz alta, le exijo que me deje en paz. Ayer, en la
panadería que frecuento, en la Via San Tommaso, creo que grité algo, su nombre
quizás, pues de pronto todas las personas que abarrotaban el lugar me estaban mirando,
tal como miran aquí, no con alarma ni desaprobación, sino con simple
curiosidad. Ahora todos me conocen, el panadero, el carnicero y el tipo de la
verdulería, y también sus clientes, en su mayoría amas de casa teñidas con
hena, rollizas como palomos, con su perfume, sus feas joyas y sus ojos grandes,
oscuros y desilusionados. Observo sus piernas extraordinariamente delgadas;
envejecen de arriba abajo, pues estas piernas, un tanto arqueadas de manera
insinuante, son las que debieron de tener a los veinte años, e incluso antes.
Está claro que les intereso. Quizás lo que les llama la atención es que mi aspecto
les recuerda la commedia dell'arte: mi mirada tuerta e iracunda, y esa cojera
cómica, el bastón y el sombrero ocupando el lugar del garrote y la máscara de
Arlequín. No parece importarles que esté loco. Pero tampoco estoy loco de verdad, es sólo que soy muy, muy viejo. Tengo
la impresión de que mi vida ha durado milenios.
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