Tiempo de tormentas, Boriss Izaguirre, p. 443
El 11 de marzo del 2004 me
levanté con el sabor de un gin-tonic de más y toda mi ropa dispersa entre el
salón de mi cuarta casa alquilada en Barcelona y mi nueva cama. Conseguí
recoger lo mío y otras prendas que no me pertenecían. Habría sido más de un
combinado también. Pese a la lentitud de mis movimientos logré ducharme y estar
más o menos adecentado para mis compromisos de la mañana, entre ellos la
exhibición de La mala educación de Almodóvar antes de su estreno esa noche en
Madrid. Encendí la televisión para ver la última parte del programa de la
mañana y allí estaban las crueles imágenes de la explosión en Atocha unas horas
antes. El tren entraba en la estación cuando estalló a causa de unas bombas
escondidas en mochilas abandonadas. Provenía de una de las zonas con mayor
población trabajadora de la ciudad. Muy al contrario que yo, madrugaban y esa
mañana lo hicieron para morir masacrados. Se barajaba que fuera otro atentado
de ETA. Gabriel no contestaba a su móvil. Mi hermano llamó consternado,
advirtiéndome que entre los muertos había mucha gente latinoamericana. Y me hizo
la pregunta: «¿De verdad, no crees que sea A! Qaeda?,. Me sorprendió. En ese
momento nadie lo planteaba. Intenté entrar en mi gimnasio, corno todas las
mañanas, pero la gente estaba delante de las pantallas del televisor siguiendo
la noticia y observando esas imágenes tan crueles, una espantosa destrucción,
corno si una guerra se hubiera desatado
en un minuto y destruido la idea de paz para siempre. Volví a llamar a Gabriel
y seguía el buzón de voz. Volví a marcar y volví a marcar, siempre el buzón de
voz.
Fue lo primero que le· dije a
Javier al encontrármelo, serio, nervioso.
-De momento, no habrá Crónicas
Marcianas esta noche.
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