Pretenciosidad, Dan Fox, 57
Llamar pretencioso a alguien
puede ser una forma de plantar cara al boato y las absurdeces de los poderosos.
Es una forma de socavar la autoridad de
la que se han investido para encaramarse a sus púlpitos. También es una manera
de avisarles de que no se les suban los Humos. Empleada como insulto, es un
instrumento informal para ejercer la vigilancia de clase, un palo con el que
atizar a alguien que se da aires de grandeza. La diferencia entre el adjetivo
pretencioso y el verbo pretender estriba en que el primero incorpora el aguijón
de la traición de clase, especialmente en el Reino Unido, donde la clase es una
neurosis no menos que un conjunto de condiciones sociales. Si ser auténtico es
considerado una virtud -lo que deberíamos aspirar a ser en sociedad-, entonces
ser pretencioso se tiene por una cortina de humo, un gesto de vergüenza ante
los propios orígenes. El horror que la movilidad de clase provoca en la gente
resulta prácticamente tribal, corno si fuera una negación de tu propia familia y
amistades. Sugerir que alguien es pretencioso equivale a decir que se comporta
de un modo inadecuado a su experiencia y condición económica. Es un término
ofensivo, un esnobismo desleal. La
pretensión está ligada a la clase, que no se reduce exclusivamente al dinero o
cómo lo gastas. La clase tiene que ver con cómo te has construido tu identidad
en relación con el mundo que te rodea y los medios que has empleado para
hacerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario