Opiniones contundentes, VNabokov, p. 171
¿Se quedó levantado para ver a
los norteamericanos cuando aterrizaron en la Luna? ¿Le impresionó?
“Impresionar” no es la palabra
exacta. Pisar el suelo lunar le produce a uno, me imagino (o, más bien, mi yo
proyectado imagina) el estremecimiento romántico más extraordinario jamás experimentado
en la historia de los descubrimientos. Por supuesto que alquilé un televisor
para observar cada momento de su aventura maravillosa. Ese pequeño minué dulce
que a pesar de sus trajes embarazosos
bailaron con tanta gracia los dos hombres al son de la gravedad lunar fue una
escena hermosa. También fue un momento en el cual una bandera significa para
uno más de lo que habitualmente significa. Me asombra y me duele que los
semanarios ingleses hicieran caso omiso de la conmoción absolutamente irresistible
de la aventura, del extraño regocijo sensual de palpar esos guijarros
preciosos, de ver nuestro globo jaspeado en el cielo negro, de sentir en la
espina dorsal el temblor y la maravilla de ella. Después de todo, los ingleses deberían
comprender esa emoción, ellos que han sido los más grandes, los más puros
exploradores. ¿Por qué entonces sacar a relucir cuestiones tan poco importantes
como los dólares gastados y la diplomacia de la superioridad militar?
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