Aquí estoy, JS Foer, p. 403-404
Esa frase era algo -o, por lo
menos, él sentía que era algo- que tenía que decir. Siempre había sabido -o
sea, había sentido- que Julia creía poseer una conexión emocional más fuerte
con los niños, que por el hecho de ser madre, o mujer, o simplemente por ser
como era, tenía un vínculo con ellos que a un padre, a un hombre, o simplemente
a Jacob, le era vedado. Lo sugería sutilmente todo el tiempo -Jacob tenía la
sensación de que lo sugería sutilmente- y de vez en cuando lo expresaba con
todas las letras, aunque siempre camuflado dentro del discurso de todas las
cosas especiales que tenía la relación de Jacob con ellos, como por ejemplo lo
bien que se lo pasaban juntos.
Por lo general, la percepción de
Julia de sus respectivas identidades como padres se podía resumir así:
profundidad y diversión. Ella les daba el pecho, y Jacob hacía que se
troncharan con sus exagerados ruidos de avión mientras les daba de comer. Julia
tenía una necesidad visceral, incontrolable, de ir a echarles un vistazo
mientras dormían, y Jacob los despertaba si un partido se iba a la prórroga.
Julia usaba palabras como nostalgia, desasosiego o pensativo, y a Jacob le
gustaba decir que “no existen las palabrotas, sólo los usos groseros” para así justificar
el uso supuestamente no grosero de palabras como inútil o mierdoso, que Julia
odiaba en la misma medida en que les encantaban a los niños.
Había otra forma de describir la
dicotomía entre profundidad y diversión, que Jacob había pasado horas y horas
analizando con el doctor Silvers: pesadez y levedad. Julia le daba peso a todo,
abría espacios para expresar todo tipo de emociones íntimas, sugería
conversaciones sustanciosas sobre comentarios hechos de pasada y estaba siempre
ponderando el valor de la tristeza. Jacob tenía la sensación de que la mayoría de
los problemas no eran problemas, y que los que sí lo eran podían resolverse a
base de distracciones, comida, actividad física o dejando pasar el tiempo.
Julia siempre quería darles a los niños una vida cargada de gravedad: cultura,
viajes al extranjero y películas en blanco y negro. Jacob no veía ningún problema
-de hecho, veía su parte buena- en actividades más tontas y simples: parques
acuáticos, partidos de béisbol y películas de superhéroes malísimas que
producían gran placer. Julia consideraba la infancia como el periodo de
formación del espíritu; Jacob, en cambio, la consideraba la única oportunidad
que ofrecía la vida de sentirse seguro y feliz. Los dos veían las innumerables
limitaciones del otro, pero también lo absolutamente necesario que era.
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