Opiniones contundentes, VNabokov, p. 118
El poshlust, o poshlost en una
transliteración más exacta, tiene muchos matices, y si usted cree que se le
puede preguntar a cualquiera si le tienta el poshlost, evidentemente no lo he
explicado con suficiente claridad en mi librito sobre Gógol. Basura cursi,
vulgares clichés. Filisteísmo en todos sus aspectos, imitaciones de
imitaciones, falsas profundidades, pseudoliteratura tosca, deficiente y
deshonesta ... , ésos son los ejemplos obvios. Ahora bien, si querernos limitarnos
a los escritos contemporáneos, tenernos que buscar el poshlost en el simbolismo
freudiano, las mitologías apolilladas, el comentario social, los mensajes humanistas,
las alegorías políticas, la preocupación excesiva por la clase o la raza, y las
generalidades periodísticas que todos conocemos. El poshlost se manifiesta en
conceptos tales como “Nortearnérica no es mejor que Rusia”, o “Todos
participamos de la culpa de Alemania”. Las flores del poshlost se dan en frases
y términos corno el momento de la verdad, carisma, existencial (empleado
seriamente), diálogo (aplicado a conversadones políticas entre naciones), y vocabulario
(aplicado a un pintamonas). Enumerar de un tirón Auschwirz, Hiroshima y Vietnam
es poshlost sedicioso. Pertenecer a un club muy selecto (que ostenta un solo
nombre judío ... , el del tesorero) es poshlost, elegante. Los comentarios
críticos mercenarios frecuentemente son poshlost, pero éste acecha también en
ciertos ensayos petulantes. El poshlost llama gran poeta al Sr. Vacío y gran
novelista al Sr. Fanfarrón. Uno de los viveros favoritos del poshlost ha sido
siempre la Exposición de Arte; allí lo producen los llamados escultores que
trabajan con herramientas de derribar, construyendo cigüeñales cretinos de
acero inoxidable, estereotipos zen, cosas raras de poliestireno, objetos trouvés
en letrinas, balas de cañón, albóndigas en conserva. Allí admiramos las
muestras de las paredes de gabinetti de los llamados artistas abstractos, del
surrealismo freudiano, los borrones rugientes y las manchas de Rorschach ... ,
todo ello tan cursi por derecho propio como las académicas “mañanas de
septiembre” y las “ramilleteras florentinas” de hace medio siglo. La lista es
larga y, claro está, cada uno tiene su béte noire, su pesadilla, dentro de la serie.
La mía es ese anuncio de una línea aérea: el refrigerio servido por una moza
servicial a una pareja joven ... , ella con la mirada extática clavada en el
canapé de pepino, él admirando anhelante a la azafata. Y, desde luego, Muerte
en Venecia. Ya ve cuánta variedad.
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