Aquí estoy, JS Foer, p. 44-45
A Julia le gustaba que el ojo se
sintiera atraído hacia los lugares a los que el cuerpo no puede ir. Le gustaba
cuando algunos ladrillos sobresalían de la pared, y cuando era imposible saber
si eso era una muestra de dejadez o de genialidad. Le gustaba la sensación de
recogimiento, combinada con un toque expansivo. Le gustaba que la vista no
estuviera centrada con la ventana y, al mismo tiempo, recordar que las vistas,
por la naturaleza de la propia naturaleza, están centradas. Le gustaban los
pomos que uno no quiere soltar. Le gustaban las escaleras que subían y luego
bajaban. Le gustaban las sombras proyectadas sobre otras sombras. Le gustaban
los banquetes de desayuno. Le gustaban las maderas ligeras (de haya, de arce),
no tanto las maderas “masculinas” (de nogal, de caoba) y menos aún el acero, y
detestaba el acero inoxidable (por lo menos hasta que estaba completamente
cubierto de arañazos), las imitaciones de materiales naturales le parecían
intolerables, a menos que su falta de autenticidad fuera manifiesta, que fuera
justamente la gracia, en cuyo caso podían ser bastante bonitos. Le gustaban las
texturas que los dedos y los pies conocen, aunque el ojo tal vez ignore. Le
gustaban las chimeneas centradas en cocinas centradas en la planta principal. Le
gustaba que hubiera más librerías de las necesarias. Le gustaban los tragaluces
encima de las duchas, pero en ningún otro sitio. Le gustaban las imperfecciones
buscadas y no soportaba la indiferencia, aunque también le gustaba recordar que
la imperfección buscada no existe. La gente siempre se confunde Y cree que lo
que es agradable a la vista lo será también a los otros sentidos.
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