Cuando sus chicos eran jóvenes, Guy Bishop adquirió el
hábito de detenerse en su cuarto todas las noches al ir a la cama. Bajaba la
vista hacia donde dormían., y luego se sentaba en la mecedora y les oía
respirar. Era un hombre que siempre había ido de una cosa a otra, de sitio en
sitio, de empleo en empleo, y, desde su matrimonio, hasta de mujer en muj.er.
Pero cuando se sentaba en la oscuridad entre sus dos hijos dormidos no sentía
deseos de moverse.
En ocasiones, porque le parecía poco natural, esta paz que
sentía le daba miedo. El mayor miedo que tenía era que, por querer tanto a sus
hijos, en cierto modo les estuviera poniendo en peligro, llevándolos por el mal
camino.
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