VOLVER A LA FELICIDAD
Cuando empezó la destrucción de
Israel, Isaac Bloch se debatía entre suicidarse y mudarse a una residencia
judía. Había vivido en un apartamento con libros hasta el techo y unas alfombras
tan gruesas que si se te caía un dado lo perdías para siempre, y luego en un
piso de una habitación y media con suelo de hormigón; había vivido en el
bosque, bajo las estrellas indiferentes, y oculto bajo las tablas del suelo de
un cristiano que, tres cuartos de siglo más tarde y a medio mundo de allí,
mandaría plantar un árbol en honor a su propia superioridad moral; había vivido
en un hoyo, durante tantos días que nunca más pudo volver a enderezar las
rodillas; había vivido rodeado de gitanos, partisanos y polacos casi decentes,
y en campamentos de refugiados y desplazados; había vivido en un barco donde
había una botella en cuyo interior un agnóstico insomne construyó
milagrosamente otro barco; había vivido al otro lado de un océano que nunca terminaría
de cruzar, y encima de media docena de tiendas de comestibles que se había
matado remodelando, para luego venderlas a cambio de un pequeño beneficio;
había vivido junto a una mujer que comprobaba las cerraduras una y otra vez
hasta romperlas, y que había muerto a los cuarenta y dos años sin soltar una
sola palabra elogiosa por la boca, pero con las células de su madre asesinada
todavía dividiéndose en su cerebro; y finalmente, durante el último cuarto de
siglo, había vivido en Silver Spring
No hay comentarios:
Publicar un comentario