El cuento de la criada, Margaet Atwood, p. 182-183
-Empuja, empuja, empuja -susurramos-.
Relájate. Jadea. Empuja, empujar empuja.
La acompañamos, somos una con
ella, estamos ebrias. Tía Elizabeth se arrodilla; en las manos tiene una toalla
extendida para sostener al bebé. He aquí la coronación de todo, la gloria, la
cabeza de color púrpura y manchada de yogur, otro empujón y se deslizará hacia
afuera, untada de flujo y sangre, colmando nuestra espera. Oh, alabado sea.
Mientras Tía Elizabeth lo
inspecciona, contenemos la respiración; es una niña, muy pequeña, pero por el
momento está bien, no tiene ningún defecto, eso ya se ve, manos, pies, ojos,
los contamos en silencio, todo está en su sitio. Con el bebé en brazos, Tía
Elizabeth nos mira y sonríe. Nosotras también sonreímos, somos una sola
sonrisa, las lágrimas se deslizan por nuestras mejillas, somos muy felices.
Nuestra felicidad es, en parte,
recuerdo. Lo que yo recuerdo es a Luke cuando estaba conmigo en el hospital, de
pie junto a mi cabeza, sujetándome la mano, vestido con la bata verde y la
mascarilla blanca que le habían proporcionado. Oh, exclamó, oh, caramba, con un
suspiro de sorpresa. Dijo que aquella noche se sentía tan importante que no consiguió
pegar ojo.
Tía Elizabeth está lavando con
mucho cuidado al bebé, que no llora demasiado. Lo más silenciosamente posible, para
no asustarlo, nos levantamos, rodeamos Janine, la abrazamos, le damos
palmaditas en la espalda. Ella también está llorando. Las dos Esposas de azul
ayudan a la tercera Esposa, la Esposa de la familia, a bajar de la Silla de Partos
y a subir a la cama, donde la acuestan y la arropan. El bebé, ahora limpio y
tranquilo, es colocado ceremoniosamente entre sus brazos. Las Esposas que están
en el piso de abajo suben en tropel, se abren paso a empujones entre nosotras,
nos echan a un lado. Hablan en voz muy alta, algunas de ellas aún llevan sus
platos, sus tazas de café, sus vasos de vino, algunas todavía están masticando,
se apiñan alrededor de la cama, de la madre y de la niña, felicitando y haciendo
gorgoritos. La envidia emana de ellas, la huelo, como débiles vestigios de
ácido mezclado con su perfume. La Esposa del Comandante mira al bebé igual que
si de un ramo de flores se tratara, algo que ella ha ganado, un tributo. Las
Esposas están aquí como testigos de la elección del nombre. Son quienes lo eligen.
-Angela -dice la Esposa del
Comandante.
-Angela, Angela -repiten las
Esposas en pleno cacareo-. ¡Qyé nombre tan dulce! ¡Oh, es perfecta! ¡Oh, es maravillosa!
Nos quedamos de pie entre Janine
y la cama, para evitarle esa visión. Alguien le da un trago de zumo de uva, espero
que le hayan agregado vino; aún siente los dolores posteriores al parto, llora
desconsoladamente, consumida por las lágrimas. Sin embargo, nos sentimos
alborozadas; esto es una victoria de todas nosotras. Lo hemos conseguido.
Le permitirán alimentar al bebé
durante unos meses. Ellas creen en la leche materna. Después Janine será
trasladada para comprobar si está en condiciones de hacerlo otra vez con algún
otro que necesite un turno.
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