Marienbad eléctrico, Vila-Matas, p. 49
Una habitación cerrada es
posiblemente, como dice un amigo, el precio que hay que pagar para llegar a ver
la luminosidad. Y ha sido mi lugar preferido para encontrar mi vida dentro de
los textos que leía. Y así, por ejemplo, hay una escena de Tolstói que he
interiorizado y en la que me veo a mí mismo leyendo: es aquella en la que un
personaje está en un tren y tiene un libro en sus manos, y una luz en la cabina
ilumina su lectura. Para mí, ésta es una imagen de felicidad, y seguramente
sólo la literatura puede darla. Pues hay que saber que la literatura permite pensar
lo que existe, pero también lo que se anuncia y todavía no es. Y también
pensar, por ejemplo, que el mundo es un texto, una gran ficción que DGF lee con
pasión todos los días.
El mundo es un pasaje, y éste es
nuestra vida, está en los libros. Sólo vivimos realmente a medida que leemos nuestra
historia, transcendiéndola. Porque sólo la literatura es verdaderamente
transcendente, nos descubre a los otros y hace que nos preguntemos cómo es
posible que los signos sobre una tabla de arcilla, los signos de una pluma o de
un lápiz puedan crear una persona (un Quijote, un Gregor Samsa, una Beatrice,
un Jakob von Gunten, un Falstaff, una Ana Karenina)
cuya sustancia excede en su realidad, en su longevidad personificada, la vida misma.
No hay enigma más grande que
éste: el del cuarto único. En ese gabinete, por paradójico que parezca, todos acabamos
pareciéndonos a Robinson Crusoe. Las olas alrededor, el agua infinita como el
aire, el calor de la jungla detrás: Estoy aislado de la humanidad, soy un
solitario, alguien desterrado de la sociedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario